Con esa exactitud tan característica de la
ciencia fui creado. Mis padres
aportaron su genética y el resto germinó entre calibradas pruebas de ingeniería
molecular para conseguir la bravura perfecta y la dignidad de la muerte.
Y ahí estábamos los
dos, frente a frente, él plantado en la puerta de chiqueros con la intención,
seguramente, de lanzarme una larga cambiada, dispuesto a todo para conseguir la
salida triunfal por la puerta grande.
Yo, por mi parte, preparado para arrancar
en cuanto él me citara, sin dejarme amedrentar por el ambiente, listo para
embestir, tensando las patas y pisando fuerte sobre la arena sin dejar de
mantenerle la mirada.