viernes, 12 de agosto de 2016

Mundo interior

Suena el disparo y me sitúo en los puestos de cabeza. Mantengo el ritmo. En cada zancada siento la textura del terreno, la dureza del asfalto. Una  respiración cercana me persigue y detecto la pronación en su mirada.

Comienza a llover, un agua tibia, agradecida. El trazo de mi pisada queda grabado en la moldeable arcilla de la que surgen, burbujas de oxígeno de algún insecto, que intenta llamar la atención para no morir aplastado.

Comprimo el empeine y los músculos extensores hasta conseguir, de nuevo, una pisada regular que soporta bien las vibraciones que emiten las maderas del puente que cruzamos.

Evito algunos restos de dietas disociadas mal asimiladas, y rostros pálidos tendidos de cúbito supino con la mirada desgastada y el ritmo a la deriva.

En el barrio antiguo sorteo los cuerpos que  resbalan y  dejan codos y rodillas tatuadas o trozos de piel de atleta, hecha fósil, sobre los adoquines milenarios. En la última cuesta tenso con fuerza el pie y marco bien el talón para evitar la onda de choque.

Cuando rompo la cinta, lo primero que hago es mirarlas. Me gustan mis nuevas zapatillas.

NOTA: Relato para la web ENTC (Esta Noche te cuento)

1 comentario:

  1. ¡Cómo sorprende el final tras tanto sufrimiento! Me encantó, espero que tengas mucha suerte con él.

    Saludos.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario