viernes, 17 de abril de 2020

La modista del Doctor- Finalista en REC




Habría cogido alguna vez un hilván, pero esto era otra cosa. Unir todas aquellas partes de los cadáveres intentando que no pareciera un cuerpo zurcido era una tarea realmente difícil. Darle un aspecto casi humano o conseguir que no provocara repugnancia mirarlo exigiría, además, un experto maquillador de muertos si quería hacerse un trabajo profesional. Pero las prisas no son buenas compañeras, la tormenta se acercaba y el doctor ya tenía las manos en el interruptor. Cuando el rayo cayó todos los pespuntes saltaron, los dobladillos se abrieron, los miembros volaron por los aires y tuvimos que volver a empezar.

Finalista semanal 

XII Edición de Relatos en Cadena (Finalistas)


Semana 16: Habría cogido alguna vez un hilván

Fecha: 21/01/2019 | Relatos recibidos: 647


Los caprichos del patrón - Finalista en Relatos en Cadena




Cuando se ausentaba de casa lo hacía siempre con noche cerrada. Sin hacer ruido recogía el vuelo largo de los vestidos que le regalaban, para no arrastarlos, y salía de puntillas, descalza, con los zapatos de tacón alto en la mano que solo se ponía cuando llegaba a la puerta de la casa grande. Allí la esperaban el señor y sus amigos. Era un relámpago de belleza pensaba su esposo que siempre se hacía el dormido y lloraba la deshonra en silencio.
Mañana su hija cumple los quince, un sirviente ha traído ropa de su talla y él por fin ha decidido cargar la escopeta.



Con este relato fuimos finalista semanal de Relatos en Cadena

Semana 17: Cuando se ausentaba de casa

Fecha: 04/02/2019 | Relatos recibidos: 1.244

lunes, 13 de abril de 2020

Heroínas del segundo izquierda


Anoche mientras dormía, cumplí catorce años y también mi cuarto día de retraso. Me gustaría contárselo a la asistente social, a la maestra, pero nadie pasa por aquí por la dichosa cuarentena. No serán servicios esenciales. Se lo hubiera contado a cualquiera que me hubiera cogido la llamada de urgencia, si hubiera llamado, si hubiera tenido un teléfono a mano.

Este confinamiento, este encierro en vida guardando un secreto como el mío se hace aún peor y pienso que soy una heroína por callar, por aguantar y quiero creer que todo pasará pronto y que, con un poco de suerte, Adrián el de la Pascuala, un muchacho decente pedirá mi mano pronto y podré salir de esta mazmorra, aunque realmente sé que sólo soy una niña cobarde, incapaz de levantar la voz o hacer alguna cosa que pudiera enfadarlo. No sé qué sería capaz de hacer. 

Lloro al ver en la televisión como la gente aplaude y no sé exactamente el motivo, imagino que me aplauden a mí, hoy es por mi cumpleaños y por mi esfuerzo por salir adelante, pero en este barrio esas cosas no suceden. Aquí no hay aplausos en las ventanas, ni pasa la policía, y las ambulancia se parecen más a un coche escoba que va retirando a los yonquis de las calles.

La primera vez sucedió hace algo más de un mes, aún se podía salir a la calle, los bares seguían abiertos y él los recorría todos antes de volver a casa. No se quitó ni la chaqueta negra de pana gruesa - que lleva siempre, haga frío o calor,- inundada en coñac, me puso a cuatro patas y cuando se desfondó persiguió a mi madre hasta dejarla inconsciente. Las demás veces prefiero no recordarlas.

No he tenido ningún regalo y el día ha seguido la rutina habitual. Ordené mi cuarto, llevé, como pude, a mi madre a su cama, recogí las botellas vacías, limpié los vómitos esparcidos por el suelo y guardé en la cajita de nácar las bolsitas de caballo. Lo que más me costó fue echar a los dos extraños que había traído mi madre en plena borrachera. Si él hubiera llegado, probablemente les hubiera rajado el pecho y hubiera tirado los cuerpos por el balcón- aunque hacía ya varios días que no aparecía por casa- y aquí nada hubiera pasado. Aquí hay otra ley, otras normas, sin mascarillas, aquí el virus de la televisión no tiene cojones a cruzar la calle principal.

Pensando en estas y otras cosas, en menos de una hora la casa relucía . Era miércoles, día de colada, así que puse en una bolsa grande de basura toda la ropa sucia y bajé a la lavandería. Un local cochambroso con lavadoras oxidadas que por unas monedas te quitan el marrón. No había cola solo mi vecina Sarini, "La Cara Cortá", con la barriga cada vez más grande, y su madre, "La Piruja", de la que decían que se había cargado a sus dos maridos y a un novio de su hija con una faca, sin temblarle un pelo. Me saludaron y no pararon de hablar en voz baja.

Sarini, a mitad del centrifugado me preguntó algo sobre mi padre. La gente en el barrio no la mira a la cara, la cicatriz que arranca en el labio y le recorre la mejilla impresiona, pero a mí no me da miedo y más, desde que supe que era otra víctima de mi padre. Sentía por ella una mezcla de asco, al imaginar que ese hijo que esperaba fuera de él, y pena. Pena por ella porque sabía lo que le esperaba, y le dije que no sabíamos nada de él desde hacía unos días.

Su madre se acercó y mirándome fijamente a los ojos me dijo que mejor, que era un malnacido, y que mejor muerto. Estas últimas palabras resonaron en el silencio que surgió de repente al pararse al mismo tiempo todas las lavadoras.

Las dos empezaron a recoger la ropa y al pasar las prendas al capazo cayó al suelo, de entre las sábanas, la chaqueta negra de pana gruesa, manchada con sangre. En cierto modo, ellas eran para mí las verdaderas heroínas del barrio, las que quizás nos han liberado del virus, las tres nos miramos cómplices y yo volví a manchar. Antes de salir me lavé bien las manos, aunque sólo fuera por protegerme.