-Con cuidado para que no se
les caigan los alfileres -dijo Charo, la modista,
mientras me ayudaba a quitarme el velo de rejilla, la chaqueta de tul y el
vestido modelo pérgola con escote corazón.
Sobre
la cama la diadema de perlas y zirconitas, el tocado, el ramo de flores y mi
madre llorando desconsolada.
El
vestidor incinerado, lo blanco negro, el olor insoportable, los invitados de
vuelta a casa, el cura consternado y la limusina invadida por los niños aún
asustados.
Al
pie de la escalera de la iglesia mi ex, con el alfiler del novio con
empuñadura de nácar entre sus piernas.
-Estaba arrepentido- comentó la modista.