Pero quiso el destino que, un aciago día, las dos hermanas, Europa y África, inmersas en un juego de riñas, trazaran en el suelo una raya para separar sus imaginarios territorios infantiles y en ellos metieron cada una a sus escogidos.
De un lado, tomaron partido los hijos de los Dioses de rostro quemado: los bulliciosos zulúes, los mágicos bosquimanos, los tuareg de piel azul y los ágiles pigmeos disipadores del calor.
Al otro lado, los hijos de piel nacarada y ojos cristalinos: germanos conocedores de la memoria del viento, magiares dueños del corazón de las grandes estepas y celtas, guardianes de los secretos del hielo.
Y fue tal el ruido y la violencia en la disputa que despertaron a los demonios del abismo. Enfadados, colearon con fuerza sus miembros hasta provocar un latigazo marino, tan potente, que la tierra se resquebrajó.
África tendió la mano a Europa pero, la fuerza de los demonios ya arrastraba, a la deriva, las dos masas terrenas y las dos hermanas quedaron separadas para siempre.
Dese entonces, el alma de los hombres no descansa hasta encontrar su alma gemela al otro lado de la tierra y sufre la muerte sin sueño hasta el final de sus días.
Nota: Tercera de las apuestas que envié el certamen de Primera edición de "Purorrelato". Concurso de microrrelatos organizado por Casa África.