
¿Y si despierta?,
pensé. No había bebido tanto, ni siquiera roncaba. Pero él tenía razón. Ahora o
nunca. No lo veía desde mi lado de la cama, pero sabía que estaba ahí en el
edificio de enfrente, preparado, con el dedo rozando el gatillo, en espera de
tener su corazón en el punto de mira.
-No te muevas, Eva, no
respires-volvió a susurrarme.
Oí un ruido sordo y no
grité cuando vi que de la costilla de Adán, brotaba un hilo de sangre.