Cuando se ausentaba
de casa lo hacía siempre con noche
cerrada. Sin hacer ruido recogía el vuelo largo de los vestidos que le regalaban,
para no arrastarlos, y salía de puntillas, descalza, con los zapatos de tacón alto
en la mano que solo se ponía cuando llegaba a la puerta de la casa grande. Allí
la esperaban el señor y sus amigos. Era un relámpago de belleza pensaba su
esposo que siempre se hacía el dormido y lloraba la deshonra en silencio.
Mañana
su hija cumple los quince, un sirviente ha traído ropa de su talla y él por fin
ha decidido cargar la escopeta.
Con este relato fuimos finalista semanal de Relatos en Cadena
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