Desde la infancia, según mi logopeda, respiraba
sólo superficialmente y ese era el principio de mi mal. En cada sesión, trabajábamos
la respiración diafragmática, ejercitaba la dicción con piedras en la boca, o con
un lápiz entre los dientes. El objetivo
era corregir la disfluencia de mi niñez pero, con la entrada en la adolescencia,
ya eran manifiestas mis carencias en el patrón del habla: repetición de
sílabas, alargamiento de palabras o silencios entrecortados.
En el servicio militar, mi sargento, afirmando que era una dolencia
puramente mecánica, me hacía repetir, diariamente, las palabras más inopinadas:
azafato, bogavante, pasajero, y me daba collejas, según él, para escupir las silabas
una a una.
Ahora, en mi primera vista oral como abogado en la audiencia
provincial, ejercito mi respiración, relajo los órganos del habla y me
concentro en los fundamentos de mi alegato pero, sólo un silencio incómodo sale
de mi boca.
Nota: Mi apuesta para el mes de julio en el certamen de
micros del Colegio de Abogados. Máximo 150 palabras. Usar obligatoriamente las
siguientes: azafato, bogavante, pasajero, audiencia y sargento.