Ordenaron colocarle una venda en los
ojos, aunque no era un gesto habitual en el
ritual, no restaba solemnidad a la ceremonia y había que reconocer que añadía
cierto morbo eucarístico.
Además, era
un capricho de Monseñor, conocedor de las últimas modas de otras diócesis y
nada sospechoso de insurgencia, de modo que, despojamos al impúber de todos sus
hábitos excepto la venda y el alzacuellos.
-Hora de
consagrarse y expiar tus pecados hijo- le susurró Monseñor mientras lo esposaba
con las cuentas del rosario- Y ya de paso-añadió-celebraremos la Cuaresma, el
Pentecostés y la Epifanía o lo que haga
falta.