¡Alá Akbar! Mousef, prestigioso muecín, lanzaba al aire el cántico que
surgía de sus vibrantes cuerdas y dibujaba el contorno de la ciudad invitando a
la oración.
“Una voz afinada en las alturas” decían los habitantes que al oírla quedaban
recogidos en una lucidez casi sonámbula.
El paso del tiempo invadió su garganta, y su voz, adquiría la aridez del
trigo en verano. Por todo ello, pidió a un conocido peregrino que le ayudara. Y
fue así que Jalil, el aventurero, le llevó el siguiente Ramadán una caracola
llena de agua de un perdido océano: “El remedio
de tu mal. Sólo has de rozarte la garganta y tu voz será otra vez limpia
como el agua de las abluciones. Pero no has de beberla pues levantarás el
hechizo”. Concluyó.
Ya era tarde, Mousef, casi la bebió toda de un trago. Su cuerpo se
alargó y se hizo curvo, sus brazos menguaron y se sumergieron en los costados y
su garganta se volvió roja y abranquiada.
Desde entonces, los niños alimentan a Mousef con trocitos de pan y
algas, e intentan cogerlo, pero su piel resbala, como en otro tiempo, su voz
que se filtraba en el alma de los fieles.
Nota: Mi apuesta por el "I Certamen Microrrelatos de Historia Francisco Gijón"
Nota: Mi apuesta por el "I Certamen Microrrelatos de Historia Francisco Gijón"