Huelo a rosas, no sé de qué color porque está
oscuro, casi negro, pero son rosas. También percibo el relente húmedo de la
tierra agitada y la eclosión de nuevos
moradores, alquimistas de la materia, que han empezado a cuchichear muy cerca
de mis antenas, ¿O todavía son oídos?
No me asusto, no tiemblo, ni siquiera intento girar
la cabeza para no escucharlos, porque ya descubrí, hace unas horas, o quizás
sean días, que no puedo moverme. Tengo la certeza de que la sangre no me
circula, que no dispongo de actividad cerebral, pese a estos destellos torpes de
los sentidos que, obstinados, se aferran a sus últimos estímulos.
Me cuesta aceptar que aún sigo vivo, que la metamorfosis no ha concluido del
todo y que, aún, quedan larvas carroñeras dispuestas a profanarme. Finalmente, al
paso de sus invertebrados cuerpos, la mandíbula
se me descuelga y, con su peso de materia invertida, dibuja una sonrisa
erosionada al sentir que todo va desaparecer.
A mi espalda, el vértigo del río arrastra gusanos
sorprendidos de que, aún mi alma, se aferre a un trozo de carne descompuesta
con olor a polen.
Nota: Mi apuesta este mes de agosto en el blog de
micros de ENTC (Esta noche tecuento). Tema: Los insectos, Kafka y la
metamorfosis.