El
lápiz con el que ella, cada mañana, se lo dibujaba entre
lágrimas, en su consulta, un ser a veces sin cabeza, otras sin manos y siempre
escondido bajo su cama fue interpretado
como un fetiche al que se agarraba con fuerza en cada trazo para
transferirle sus miedos. Había odios reprimidos y un trastorno excéntrico
difícil de valorar, especialmente cuando lo utilizaba para autolesionarse.
El mismo lápiz del que nunca se separó y que pasado el
tiempo, utilizaba con la punta muy afilada para pinchar a sus pacientes varones,
despertarlos y sacarlos del trance del diván.
Este microrrelato ha sido finalista semana en Relatos en Cadena de la Ser. Vamos por la cuarta ocasión en finales.
Puedes escuchar el podcast en este enlace hacia el minuto 31:00
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