
¿Y cómo es que nunca cambiaron el bombín por otro modelo? No sé, un Panamá como Lexter o un Borsalino como Al Capone. Le pregunté.
Sus pupilas se perdían en una imaginaria frontera entre el bien y el mal.
Me contó que la primera paliza se la dio a su padrastro con catorce años al volver de una fiesta de disfraces. Desde entonces, conservaba el bastón negro y el sombrero de Charlot que encontró por dos libras en el barrio. El mono blanco, las botas militares y los tirantes vinieron después.
“Marketing. Ya sabes” me dijo recogiendo el dinero y la foto del nuevo amante de mi mujer.