Mamá y Papá llevan
días revolucionados. Siempre que viajamos a África a visitar a mi otra familia pasa
lo mismo.
“Son demasiadas maletas.
Intenta optimizar el equipaje”. Dice Papá mientras da sus típicos golpecitos
con el pie en el suelo.
“Optimiza, optimiza.
Llevo sólo lo imprescindible”-responde Mamá subida de rodillas a una maleta
rebelde que no puede cerrar y que parece embarazada de más maletas- “Déjame en
paz y asegúrate de que llevamos todo en regla. Revisa los pasaportes, los
visados, los papeles del coche y comprueba
la lista de cosas que debemos dejar hechas antes de irnos”.
Papá remira de nuevo
los pasaportes, un pequeño fajo de billetes, los cuenta y lee con atención un
papel con cosas escritas.
Al fondo del pasillo
Amir, mi hermano pequeño, ha tirado el neceser al suelo y con el champú ha
embadurnado el parqué, la pasta de dientes anda repartida por las paredes como
si de pintura rupestre se tratara, su rostro parece el de un apache en pie de
guerra; en una mano amenaza al mundo con una barrita de carmín y en la otra un
montón de pastillas de diferentes colores.
“Y las medicinas, no
olvides las medicinas que allí las necesitarás, están en el neceser”. Fue lo
último que oí a Mamá antes de echarse a llorar.
El viaje a África
tendría que retrasarse, dijo mi padre
por teléfono. Habíamos tenido un pequeño accidente doméstico.
Nota: Segunda apuesta para el certamen de "Purorrelato" de casa África.
Nota: Segunda apuesta para el certamen de "Purorrelato" de casa África.