lunes, 26 de octubre de 2015

¡Ni muerta haría yo eso, ni muerta!

Cruces irlandesas de Carmen Marí
La de cosas que me he perdido en  vida. Me arrepiento cada minuto de mi muerte de todo lo que no llegué a hacer con veinte o con cuarenta. Tantos miedos, tantos qué dirán, qué pensarán de mí, de mi familia. 
“Yo ni muerta”,  decía cuando se supo que la Loli se había marchado con su novio a la capital. Los dos solos, trabajando juntos, acostándose juntos. Mírala ahora, tapando bocas por el pueblo  con  billetes de los grandes y un marido que la mima. “Ni muerta”, le dije y nunca llegué a acostarme  con el único hombre que verdaderamente amé. O cuando me negué a divorciarme por temor a mi padre y al castigo divino. Ni muerta, se me ocurrió reprocharle algo al cerdo de mi marido cuando cada viernes se perdía en la casa de putas.
Perdí grandes oportunidades de ser la mujer que hubiera querido ser y ahora que  imaginaba cumplir mis deseos en la otra vida va la imbécil de mi nuera y convence a mi hijo para que me incinere.
Solo me queda la esperanza de que alguien, alguna vez, me frote tres veces para salir de aquí e intentarlo de nuevo.
Nota: Volvemos al blog especializado en Microrrelatos Esta noche te cuento.
Este mes tocaba epitafios.

jueves, 15 de octubre de 2015

El Trato


¿Y cómo es que nunca cambiaron el bombín por otro modelo?  No sé, un Panamá como Lexter o un Borsalino como Al Capone. Le pregunté.
Sus pupilas se perdían en una imaginaria frontera entre el bien y el mal.
Me contó que la primera paliza se la dio a su padrastro con catorce años al volver de una fiesta de disfraces. Desde entonces, conservaba el bastón negro y el sombrero de Charlot que encontró por dos libras en el barrio. El mono blanco, las botas militares y los tirantes vinieron después.
“Marketing. Ya sabes” me dijo recogiendo el dinero y la foto del nuevo amante de mi mujer.


miércoles, 7 de octubre de 2015

El coste de la virtud



El puñetero ojo de la cerradura se atascaba un poco pero con el tiempo iría más suave, le dijo, y bien pensado, lo haría más invulnerable a los  atrevimientos lascivos de algunos de sus enemigos y él podría marchar a la guerra y a sus conquistas con la tranquilidad de que su bella esposa no sería violada ni ultrajada.  
Los celos desaparecerían y la honra de su mujer sería respetada eternamente.  Dudó un instante, lo miró fijamente a los ojos pero acabó por entregar la llave al orfebre para que le tomara las medidas exactas a su dulce esposa